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Casavieja se apaga

Cuando una casa se abre, no solo entra gente, entra esperanza.

08/07/2025 La Cigüeña Negra

Un pueblo que fue bullicio no merece acabar en susurro. Hay casas cerradas y familias buscando abrirlas. ¿Qué estamos esperando?

 
Hay pueblos que se mueren con una bomba y pueblos que se mueren en silencio. Casavieja pertenece a los segundos. No hay sangre en sus calles, pero sí silencio en sus ventanas. La despoblación no tiene titulares, pero arrastra vidas. Lo hace sin gritos: solo con la ausencia.

Este mes echa el cierre el bar Loli. La tienda de ropa bajó la persiana en agosto de hace dos años y no ha vuelto a subir. En la panadería sobra pan los lunes. El colegio, el médico... Las campanas siguen sonando, pero cada vez para menos gente.

Y, sin embargo, hay una contradicción que duele más que el silencio: Casavieja tiene más de 2.200 viviendas, pero solo 685 se usan todo el año. Las otras —más de 1.500— están cerradas. Algunas se abren en verano, otras para limpiar el polvo antes de volver a cerrarlas. Muchas ni eso. Casas enteras convertidas en trasteros con tejado. Viviendas que fueron hogar y que hoy son cajas de recuerdos, muebles viejos y fotos descolgadas. También casas que un día fueron para vacaciones de muchos, y que ahora apenas se abren en fiestas, si es que se abren.

Mientras tanto, ahí fuera hay familias —en Madrid, en Toledo, en cualquier barrio apretado y sin aire— buscando un sitio donde empezar. Lo sabemos todos. Lo hemos oído. Lo hemos visto. Gente de ciudad que sueña con pueblos como este. Buscan silencio, sí, pero uno que se llene de voces. Buscan espacio, pero para llenarlo de vida. Muchos estarían encantados de vivir aquí. No de paso: de verdad. El teletrabajo y la nueva economía lo permiten. Lo único que les frena es que no encuentran dónde. No hay oferta. Las casas están, pero cerradas.

Por eso, quizá ha llegado el momento de mirar esas casas no solo con cariño, sino con posibilidad. No se trata de venderlas ni de soltarlas. Se trata de compartirlas. De ponerlas a vivir. Porque cada casa cerrada es una puerta que no se abre al futuro. Y cada casa que se habita es un bar que no cierra, una tienda que tiene para pagar la luz, un colegio donde aún se oye el timbre. Y sí, también es un ingreso extra. Alquilar una casa no es solo ayudar al pueblo: es ayudarte a ti. Es ganar algo a cambio de dar vida.

Los pueblos que han entendido esto lo están notando. Una familia llega. Otra pregunta. Alguien más se queda. El colegio llena una clase. El bar empieza a abrir por las tardes. Y entonces, todo vuelve a parecer posible.

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Casavieja tiene todavía lo que importa: belleza, historia, calma, buena gente. Pero necesita una chispa. Y esa chispa puede ser tan simple como una llave girando en una puerta que lleva años cerrada. Tan sencillo como dejar que una casa vuelva a ser lo que fue: un sitio para estar, para crecer, para quedarse.

Más que una propuesta, esto es una invitación. Si tienes una casa en Casavieja y llevas tiempo sin saber qué hacer con ella, piénsalo. Piénsalo como quien riega una planta que parecía seca. Alquilarla no es solo un gesto económico. Es un acto de generosidad. Es abrir una ventana para que entre vida. Es dar una oportunidad a una familia y, de paso, al pueblo entero.

Una pareja con dos niños viviendo todo el año deja más dinero y más vida que cien turistas que traen la compra del Carrefour y se toman cuatro cañas. Porque llenan el pueblo de cosas que no se compran: rutinas, vínculos, futuro. Porque no solo pasan: se quedan.

Casavieja no necesita milagros. Solo necesita que sus casas hablen. Que digan “aquí se puede vivir”. Y que alguien escuche. Porque cuando una casa se abre, no solo entra gente. Entra esperanza.

Y si entre todos conseguimos que se encienda una luz más, y luego otra, quizá un día volvamos a oír más voces que silencios.

 
La Cigüeña Negra
Vecino con llave en mano y una luz encendida.

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