
Defensa, promoción e investigación del patrimonio del valle del Tiétar
Un Legado Universal para Tiempos de Conflicto
24/09/2025
En el silencioso taller donde pulía lentes en el siglo XVII, Baruch Spinoza afinaba también la visión filosófica que iluminaría los siglos venideros. Hoy, cuando el estruendo de la guerra en Gaza ensordece el diálogo racional y las identidades se convierten en trincheras, la figura serena de este pensador se erige como un faro de lucidez y paz. Su vida y obra constituyen un antídoto poderoso contra los fanatismos que desangran nuestra era, ofreciendo un mensaje profundamente humanista que trasciende las divisiones.
Nacido en 1632 en Ámsterdam en el seno de una comunidad de judíos sefardíes -refugiados de la persecución ibérica-, Spinoza conoció desde niño el rostro de la intolerancia. Su mente inquisitiva, formada en la tradición judía pero abierta al pensamiento científico europeo, pronto chocó con los dogmas establecidos. Cuestionó la idea de un Dios personal y la autoridad absoluta de las Escrituras, lo que llevó a su excomunión (herem) en 1656, cuando apenas tenía 23 años. Lejos de amargarlo, este destierro lo liberó para construir una filosofía universalista desde su oficio de pulidor de lentes -metáfora perfecta de su proyecto de clarificar la percepción humana.
Dios como Naturaleza: La Unión Fundamental
El corazón del sistema spinozista late en su revolucionaria concepción de Dios. Para él, Dios no era un legislador trascendente que elige pueblos, sino la misma Naturaleza (Deus sive Natura). Esta sustancia infinita de la que todo forma parte implica una fraternidad esencial: judíos, palestinos, cristianos y musulmanes participan por igual de esta divinidad natural. Su panteísmo desactiva cualquier pretensión de pueblo elegido o destino manifiesto, recordándonos que las divisiones identitarias son secundarias frente a nuestra humanidad compartida.
La Libertad como Comprensión Necesaria
La ética de Spinoza nos ofrece una guía para la liberación interior. La verdadera libertad, nos enseña, no es el capricho de hacer lo que queremos, sino la comprensión de las pasiones que nos esclavizan. El odio, el miedo y el rencor son "afecciones tristes" que nublan nuestro juicio. Un pueblo dominado por el odio no es libre, sino prisionero de su propia herida.
La paz auténtica, en su visión, requiere este ejercicio de comprensión: entender las causas del conflicto, la historia del otro, incluso los miedos del enemigo. No se trata de debilidad, sino de la fortaleza que nace de usar la razón como herramienta de liberación. Como escribió en su Tratado Político: "La paz no es la ausencia de guerra, es una virtud que nace de la fortaleza del alma".
Actualidad de un Mensaje Eterno
La tragedia del conflicto israelí-palestino muestra crudamente las consecuencias de vivir dominados por esas pasiones tristes. Spinoza, el judío excomulgado que imaginó una democracia radical donde la libertad de pensamiento fuera sagrada, nos recuerda que criticar una política gubernamental no equivale a odiar a un pueblo. Su figura encarna la riqueza crítica inherente a toda gran tradición cultural.
Su filosofía no ofrece soluciones políticas simples, sino algo más valioso: un cambio de perspectiva. Frente a la lógica tribal del "nosotros contra ellos", Spinoza opone la visión de una comunidad donde la seguridad se construye mediante justicia y entendimiento mutuo. En su Ética demostró que el bien supremo es conocer "la unión que tiene la mente con toda la Naturaleza".
Mientras pulía lentes que permitían ver mejor el mundo material, Spinoza pulía también las lentes de la razón para percibir mejor nuestra condición humana. En medio del ruido ensordecedor de las bombas y los discursos de odio, su voz tranquila nos invita al ejercicio más revolucionario: dejar de gritar y empezar a pensar. Su legado permanece como brújula para navegar en la oscuridad, señalando hacia un futuro donde la guerra sea solo un recuerdo de nuestra inmadurez ética.
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