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13/08/2025En las tierras que separan los valles del Tiétar y el Tajo, la Sierra de San Vicente se alza como testigo mudo de siglos de historia. Desde los vetones hasta la Guerra Civil, estas montañas han sido escenario de conquistas, batallas y transformaciones que han moldeado el carácter de esta comarca toledana.
Los primeros pobladores conocidos fueron los vetones, ese pueblo prerromano que nos dejó como legado los enigmáticos verracos de piedra. Estos pastores guerreros encontraron en estas sierras abundantes pastos para sus rebaños y refugio en sus cuevas naturales. Con la llegada de Roma, la zona quedó integrada en la provincia de Lusitania, aunque su importancia fue más bien marginal en el gran esquema del Imperio.
La verdadera transformación llegó con los musulmanes en el siglo VIII. Fueron ellos quienes comprendieron el valor estratégico de estas montañas, construyendo atalayas como la que daría origen al Castillo de San Vicente. Durante tres siglos, estas fortalezas vigilaban los accesos a Toledo, la gran capital de la Marca Media.
El siglo XII marcó un punto de inflexión. Tras la reconquista cristiana, Alfonso VIII entregó el Castillo de San Vicente a la Orden de Santiago en 1176, mientras el Castillo de Bayuela quedaba como plaza fuerte secundaria. Los santiaguistas transformaron San Vicente en un imponente bastión desde donde controlaban visualmente todo el valle del Tiétar. Sus caballeros, reconocibles por sus capas blancas con la cruz roja en forma de espada, organizaron desde aquí la repoblación cristiana del territorio.
Mientras tanto, Bayuela mantenía su función de protección local. Sus murallas, más modestas pero igualmente efectivas, daban refugio a los habitantes de las aldeas cercanas durante los frecuentes conflictos fronterizos. Las crónicas medievales mencionan cómo sus alcaldes coordinaban con los santiaguistas para la defensa conjunta del territorio.
El siglo XVI trajo cambios profundos. Con la frontera ya segura, el Convento del Piélago surgió como centro espiritual, fundado por franciscanos tras el hallazgo de una imagen mariana. Curiosamente, para su construcción se utilizaron piedras de ambos castillos, símbolo de cómo los tiempos de guerra daban paso a una era de fe.
La Sierra volvió a ser escenario bélico durante la Guerra Civil (1936-1939). Tanto el Castillo de San Vicente como las ruinas del convento fueron utilizados como posiciones defensivas. Todavía pueden verse en sus muros las marcas de los impactos de bala y las trincheras excavadas en la roca.
Hoy, cuando el visitante recorre estos parajes, camina sobre capas superpuestas de historia. Desde los vetones que tallaron sus verracos hasta los milicianos que defendieron estas alturas, pasando por caballeros medievales y frailes contemplativos, todos han dejado su huella en esta tierra. La Sierra de San Vicente, con sus castillos en ruinas y sus bosques de robles, sigue guardando entre sus pliegues estas historias que forman parte esencial de nuestra memoria colectiva
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