
Defensa, promoción e investigación del patrimonio del valle del Tiétar
El humor es un arte efímero que, cuando está bien hecho, perdura para siempre. Pocos lo entendieron como aquel dibujante de trazo sencillo y mirada sagaz, que durante décadas retrató nuestras contradicciones con ternura y una ironía sin malicia. Su obra no necesita firma: sus personajes de nariz redonda y frases certeras forman ya parte de nuestra memoria colectiva.
Fue cronista de lo cotidiano, poeta de lo obvio y filósofo de las cosas pequeñas. Mientras otros buscaban la carcajada fácil, él prefería la sonrisa cómplice, esa que nace al reconocerse en el espejo deformante de sus viñetas. Desde el urbanita despistado hasta el abuelo sabio, todos llevaban dentro algo de nosotros.
Hoy lo recordamos no con nostalgia, sino con gratitud, porque su humor sigue vivo. Como prueba, estas viñetas que lo homenajean:
Su secreto era simple: dibujaba como hablamos y escribía como pensamos. Por eso, aunque pasen los años, sus viñetas seguirán siendo ese café de media mañana que sabe a verdad con punto de risa. Gracias por tanto, maestro.
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